La noche ya estaba muy avanzada, nuestro protagonista debía darse prisa por encontrar al niño.
La oscuridad a penas permitía distinguir las casuchas que plagaban las calles, pero avanzando con decisión y una antorcha, el olvidadizo buscador ignoraba el cúmulo de nubes grises que se arremolinaba sobre la ciudad, se avecinaba una tormenta.
Justo cuando empezaban a caer las primeras gotas, llegó al sitio indicado, una casa de madera con varias plantas se erguía ante él.
La puerta entreabierta se mecía por el viento, golpeando bruscamente el marco de la puerta constantemente.Iluminando con su antorcha, empujó con cuidado la puerta y avanzó por el oscuro recibidor.
Las gotas de lluvia resonaban en la madera y la oscuridad de la noche parecía casi palpable, no voy a decir que nuestro valiente protagonista no tuviera miedo, pero yo, personalmente, estando en una casa así, habría salido corriendo antes que ponerme a explorar habitación por habitación, pero bueno, no nos distraigamos.
Mientras escrutaba con detenimiento cada rincón de la primera planta, se escucharon unos pasos corretear en el piso de arriba, ahí estaba.
Sin pararse a pensar, subió las escaleras antorcha en mano. Llegó a un pasillo con montones de puertas a los lados y, al final, una habitación abierta.
Entró en ella. Cama, mesa, armario donde posiblemente se escondiera el niño, una estantería, la fuerte lluvia acosando la madera… todo normal, e inquietante.
Antes de comprobar el armario, se acercó a la ventana por curiosidad y miró fuera.
En ese preciso instante, un relámpago iluminó la calle entera, dejando ver una oscura silueta en la que se distinguían, desde la ventana, dos ojos rojos como la sangre. Observando directamente la ventana.
Rápido como el rallo fue al armario y abrió las puertas, del mismo salió escopetado un muchacho rubio que ya corría por el pasillo.
-¡Quieto! ¡Hay “algo” ahí fuera!
Ignorándole el niño fue a bajar las escaleras, pero antes de dar un paso más, el sonido de la puerta principal abriéndose bruscamente y “algo” que corría como un poseído por la planta de abajo, le hizo dar la vuelta para volver a la habitación.
En un par de segundos héroe y chaval se encontraban escondidos en el armario, en completo silencio.
Algo estaba entrando en la habitación, dando pasos lentos y pesados como si de las pezuñas de un caballo se tratase.
Animado por una irónica inteligencia, el niño abrió un pelín la puerta del armario para ver por una rendija lo que ocurría.
En la oscuridad, iluminado por constantes relámpagos, pudo apreciar lo que parecía un enorme hombre con una capa negra y rasgada cubriendo su espalda, dos hombreras metálicas descansabas sobre sus hombros.
Poco a poco fue girando la cabeza dejando ver su rostro envejecido, con una barba mal cuidada y el vaho saliendo de los colmillos de su amplia sonrisa.
Esos ojos completamente rojos se clavaron en la rendija del armario, ¿Sabía que estaban ahí?
Un par de pasos y aquel hombre de imponente armadura medieval ya estaría abriendo el armario. Pero por pura casualidad, un ruido en otra habitación llamó su atención y salió corriendo como un lobo tras su presa.
Sin saber cómo, los cerebros de los del armario se pusieron de acuerdo para esperar unos segundos y salir disparados escaleras abajo.
Justo cuando iban a salir de la casa, escucharon la ventana de arriba rompiéndose y la oscura silueta cayó sin problemas en medio de la calle.
Antes de que se girara para verles, se escondieron junto al marco de la puerta.
Portando una alargada espada en sus manos, entró el hombre de nuevo.
-Poder oler tu miedo, prometer no dañar…- Dijo con una voz de ultratumba.
El destino tiró los dados, y la suerte hizo que al entrar en la casa no mirara a un lado para verles claramente, sino que le hizo avanzar por el recibidor y perderse en la cocina.
Era el momento, salieron corriendo de nuevo. Estando fuera, nuestro protagonista agarró con fuerza la mano del niño para evitar que se escapara, y avanzando por las oscuras y tormentosas callejuelas ignoraron el grito colérico que salía de la casa.
Cuando empezaban a verse los primeros rayos de luz, todavía sin amanecer, llegaron a la tienda del Búho, por supuesto, tropezándose una y otra vez con las cortinas de la entrada.
Nuestro héroe lanzó al niño dentro de la habitación. Pero, cuando se fijó, se dio cuenta de que en lugar de la bella joven de horas antes, ahora había un señor de piel oscura y largas rastas tumbado en la almohada, delante del búho.
-¿No está el Búho?- Preguntó el héroe buscando a la chica.
-¿No está?- Respondió el viejo mirando a sus lados preocupado.
-Antes he hablado con una chica…
-¡Ah! ¡No me asustes de ese modo!- Dijo mientras inhalaba el humo afrutado de su pipa.
-He traído al niño que me pidió, tengo que hablar con ella.
-¿Con ella o con el Búho?
-¿Ella no es el Búho?
-Veo que no eres muy observador, el Búho sigue aquí, ¿Quieres algo de beber?.
-No, quiero respuestas.
-Muy bien, entonces que hable el niño.
-¡Vais a matarme!- Acto seguido el chaval salió disparado pro las cortinas, sin embargo, algo le impidió salir.
Justo cuando nuestro protagonista iba a salir tras él, entró un hombre alto y robusto, de armadura y capa negra, portando en una mano la espada y en otra al niño.
-Hindemburg haber vuelto.
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