Desde hace unos años se oye una curiosa historia en todas las tabernas de
la ciudad, solamente unos pocos fantasiosos ignorantes se las creen, pero
bueno, ¿Has sido tu el que ha querido la historia no?
Las gentes cuentan que en lo más profundo del desierto que nos separa del
mar del norte, una mujer de avanzada edad, que no anciana, cultivaba con afán
numerosas hierbas, de todos los tipos que te puedas imaginar.
Si, si, ya sé que en los desiertos no hay agua, pero no le saquemos pegas a
la historia, ¿De acuerdo?, sigamos.
Como todos los días, la mujer, con su larga melena morena recogida en una
coleta que le llegaba casi a la cintura, se despertó una mañana a comprobar el
estado de sus hierbajos. Cuál fue su sorpresa cuando, a lo lejos, divisó una
figura vagando por las eternas dunas que rodeaban su pequeño huerto.
Sin pensarlo dos veces se apresuró a llevar agua para aquella figura, no
era la primera vez que llegaba algún personaje perdido a su humilde oasis,
siempre la misma historia, se emborrachan ¡Y luego no saben donde acaban!.
Aquel joven bebía como si le fuera la vida en ello, en cierto sentido así
era, parecía llevar semanas caminando por la arena. La mujer se sorprendió
ligeramente al ver que no se trataba de un habitante del desierto, ya que su
piel era demasiado pálido para ello, además eran extrañas las enormes manchas
marrones que recorrían la cara del chaval, que debía rondar los veinte años de
edad.
Se acomodó como pudo en la caseta de la señora y reposó largas horas, no
sin antes matizar: "No dejes que me lleven...".
La mujer había visto todo lo que se puede ver en una vida, y sus palabras a
penas le sacaron un bostezo, pues era una mujer fría como la escarcha, a pesar
de estar en el desierto más caluroso conocido.
Mientras el hombre se recuperaba tendido en unas alfombras, la señora con
su larga coleta recogía una a una las hierbas que le parecían propicias para
sus quehaceres, sin preocuparse a penas por el chico, sabía que lo único que se
necesitaba en ese desierto para sobrevivir era agua, y ya se lo había ofrecido,
así que se recuperaría.
No alcanzó a llegar la noche cuando aparecieron en el horizonte dos figuras
montadas a caballo, seguidas de una pequeña carreta que portaba una
férrea jaula.
Llegaron al pequeño oasis y preguntaron por el chico, era necesario que si
estaba con él se lo entregara, ya que era muy peligroso aún desarmado.
-Siento no poder ayudarles, pero hace meses que nadie pasa por aquí.
-Llevamos varios días recorriendo el desierto en su búsqueda sin éxito, y
como bien sabrás, ¡Hay pocos escondrijos en este inmenso mar de calor!. - Dijo
uno de los caballeros mientras desmontaba.
-Habrá muerto en alguna tormenta de arena...- Susurraba mientras jugaba con
su oscura coleta.
-Mira ahí dentro, veamos que tiene.
En unos segundos el guerrero entró en la caseta y sacó al chaval
agarrándole del pelo.
-Ya le tenemos, gracias por su colaboración.- Agradeció mientras lanzaba al
chico dentro de la jaula.
-Esperamos no haberle molestado demasiado, que pase una buena noche. - Dijo
sonriendo el segundo de los caballeros mientras se marchaban.
El sol ya se estaba ocultando en el horizonte y la mujer se limitó a mirar
pensativa el carruaje mientras este recorría las dunas a lo lejos, cuando de
repente, sucedió algo totalmente inesperado.
La mujer vio como "algo" salía de la jaula y se abalanzaba contra
los valientes pero indefensos guerreros. La mujer sonreía levemente mientras
contemplaba la carnicería, hacía algún tiempo que no veía nada parecido.


